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FRANCIS BERTI TEATRO (OBRA EN UN SOLO ACTO N° 4)

LA LIVIANDAD DEL PESO

TEATRO EN UN SOLO ACTO

Por Francis Berti

ESCENARIO: Dividido. La mitad izquierda es un paisaje tumultuoso, salpicado de pequeñas montañitas de tierra (quizás montículos de arena, de polvo, de escombros diminutos). La mitad derecha, en contraste, es un espacio vacío, bañado por luces vagas que insinúan más que revelan. En un lugar neutral, quizás en el límite entre ambos mundos pero con la capacidad de proyectarse en ambos, surge EL PENSAR.

PERSONAJES:

  • LA LIVIANDAD: (Su presencia es casi etérea, se mueve con fluidez por la mitad vacía, a veces casi desapercibida. Su voz es un susurro melódico que, sin embargo, puede volverse punzante.)
  • EL PESO: (Su figura es imponente, se asienta en la mitad de tierra, sus movimientos son lentos, deliberados, a veces con esfuerzo. Su voz es grave, resonante, anclada.)
  • EL PENSAR: (Su presencia es sutil al inicio, pero su voz, clara y analítica, tiene la capacidad de cortar el aire y de anudarlo. Emerge como una voz sin cuerpo, proyectándose desde un punto indefinido del escenario.)

(Al levantarse el telón, LA LIVIANDAD flota casi imperceptiblemente en la mitad vacía, una silueta etérea bajo las luces vagas. EL PESO se yergue, o se hunde, en el centro de su lado, un montículo de tierra se desmorona ligeramente bajo uno de sus pies. Un silencio denso inunda el espacio.

EL PESO: (Con voz grave, que parece arrastrarse desde la tierra misma) Es un ancla. ¿Lo sientes? Esta presencia ineludible. Una verdad ontológica. Soy la certeza de la masa, la inevitable respuesta de la gravedad. ¿Cómo podrías siquiera concebirte sin mí, Liviandad? Tu ausencia es solo la extensión de mi contorno.

LA LIVIANDAD: (Su voz es un hilo de brisa, apenas audible al principio, mientras su figura se mueve sin esfuerzo, casi deslizándose sobre el vacío) ¿Contorno? Qué sofisma tan burdo. Asumes que soy la negación de tu sustancia, cuando quizás eres tú la sombra arrojada por mi luz imperceptible. Mi ausencia no es una carencia, sino una plenitud no-pesada. ¿No te das cuenta? Te defines por lo que arrastras, yo por lo que desato.

EL PESO: (Un gruñido sordo emerge de su lado. Golpea el suelo con un pie, levantando una pequeña nube de polvo) ¡Desatar! ¿Para qué? ¿Para flotar a la deriva en un vacío sin significado? La contingencia es mi cimiento, Liviandad. Esta tierra, estos montículos, son la memoria solidificada del devenir. Tú eres un accidente de la percepción, una ilusión de la fuga. Yo soy la razón material de tu misma existencia. Sin un suelo que abandonar, ¿qué eres? Un mero deseo no realizado.

LA LIVIANDAD: (Un ligero giro, su forma se ondula. Hay una nota de compasión, casi de ironía, en su voz) ¡Qué triste es tu cárcel de hechos! Confundes la razón con la acumulación. La libertad no es la ausencia de suelo, sino la ausencia de la necesidad de un suelo. ¿Acaso no puedes concebir un ser sin anclaje? Mi ontología es la del potencial ilimitado, no la de la masa medible. Y tus montículos… (un gesto vago hacia la tierra) son solo el desgaste de tus propias batallas, cicatrices que confundes con victorias.

EL PESO: (Su voz se torna más cargada, hay una tensión palpable en su postura, una anticrisis emocional de reconocimiento no deseado) ¿Batallas? Sí. La batalla por permanecer. Por ser algo frente a tu dilución. Me aferro a la experiencia concreta, a la cicatriz que me demuestra existente. Tú eres la negación de la resistencia, la cobardía de no confrontar la densidad de lo real. ¿Qué valor tiene lo que no ha sido probado por la fricción, por el impacto? Eres la filosofía de la renuncia, el vacío que se justifica a sí mismo.

LA LIVIANDAD: (Se acerca lentamente a la línea divisoria del escenario, una luz vaga se intensifica a su alrededor, pero sin definirla del todo. Su voz, aunque suave, corta como un filo) Y tú eres la tragedia de la acumulación inútil. La carga que te impide ver. La resistencia que te agota. Mi “renuncia” es la elección de la esencia. ¿No has sentido nunca el goce de lo inmaterial? De la idea que vuela sin necesitar un cuerpo, de la verdad que no necesita ser pronunciada. El valor no reside en la resistencia al final, sino en la belleza del fluir sin destino.

EL PESO: (Da un paso pesado hacia la línea, su voz se vuelve una acusación, pero también un eco de su propia angustia) ¡Flotar es no elegir! ¡Es no ser responsable de la forma que uno toma! ¿Cómo puedes hablar de belleza cuando nunca has sentido el desgarro de la decisión? El peso de la existencia es la única garantía de haber sido. Tú eres… eres la negación de la huella. Un fantasma que no sabe que lo es.

LA LIVIANDAD: (Su figura se detiene justo en el borde de la línea, mirando a El Peso, con una expresión que por primera vez no es solo etérea, sino casi desafiante. Las luces vagas a su alrededor parecen vibrar) ¿Huella? ¿Para qué? ¿Para que la borre el próximo viento? Mi ser no necesita la validación de una marca. Mi ontología es la del constante advenimiento, del siempre-siendo sin necesidad de consolidación. ¿Y si la verdadera carga es justamente esa, la de querer dejar una huella? ¿Y si lo más valioso es ser la brisa que pasa sin dejar rastro, pero que mueve el mundo a su paso?

(Un tenso silencio. El Peso y La Liviandad se miran a través de la línea divisoria. La luz roja y las luces verdes se mezclan en el centro, creando un color indefinido que las envuelve a ambas, desdibujando sus límites. Parece que la llovizna mencionada en el relato anterior empieza a caer suavemente sobre el escenario, sin mojar pero creando un efecto visual etéreo que las envuelve.)

EL PESO: (Con voz grave, que parece arrastrarse desde la tierra misma) Es un ancla. ¿Lo sientes? Esta presencia ineludible. Una verdad ontológica. Soy la certeza de la masa, la inevitable respuesta de la gravedad. ¿Cómo podrías siquiera concebirte sin mí, Liviandad? Tu ausencia es solo la extensión de mi contorno.

LA LIVIANDAD: (Su voz es un hilo de brisa, apenas audible al principio, mientras su figura se mueve sin esfuerzo, casi deslizándose sobre el vacío) ¿Contorno? Qué sofisma tan burdo. Asumes que soy la negación de tu sustancia, cuando quizás eres tú la sombra arrojada por mi luz imperceptible. Mi ausencia no es una carencia, sino una plenitud no-pesada. ¿No te das cuenta? Te defines por lo que arrastras, yo por lo que desato.

EL PESO: (Un gruñido sordo emerge de su lado. Golpea el suelo con un pie, levantando una pequeña nube de polvo) ¡Desatar! ¿Para qué? ¿Para flotar a la deriva en un vacío sin significado? La contingencia es mi cimiento, Liviandad. Esta tierra, estos montículos, son la memoria solidificada del devenir. Tú eres un accidente de la percepción, una ilusión de la fuga. Yo soy la razón material de tu misma existencia. Sin un suelo que abandonar, ¿qué eres? Un mero deseo no realizado.

LA LIVIANDAD: (Un ligero giro, su forma se ondula. Hay una nota de compasión, casi de ironía, en su voz) ¡Qué triste es tu cárcel de hechos! Confundes la razón con la acumulación. La libertad no es la ausencia de suelo, sino la ausencia de la necesidad de un suelo. ¿Acaso no puedes concebir un ser sin anclaje? Mi ontología es la del potencial ilimitado, no la de la masa medible. Y tus montículos… (Un gesto vago hacia la tierra) son solo el desgaste de tus propias batallas, cicatrices que confundes con victorias.

EL PESO: (Su voz se torna más cargada, hay una tensión palpable en su postura, una anticrisis emocional de reconocimiento no deseado) ¿Batallas? Sí. La batalla por permanecer. Por ser algo frente a tu dilución. Me aferro a la experiencia concreta, a la cicatriz que me demuestra existente. Tú eres la negación de la resistencia, la cobardía de no confrontar la densidad de lo real. ¿Qué valor tiene lo que no ha sido probado por la fricción, por el impacto? Eres la filosofía de la renuncia, el vacío que se justifica a sí mismo.

LA LIVIANDAD: (Se acerca lentamente a la línea divisoria del escenario, una luz vaga se intensifica a su alrededor, pero sin definirla del todo. Su voz, aunque suave, corta como un filo) Y tú eres la tragedia de la acumulación inútil. La carga que te impide ver. La resistencia que te agota. Mi “renuncia” es la elección de la esencia. ¿No has sentido nunca el goce de lo inmaterial? De la idea que vuela sin necesitar un cuerpo, de la verdad que no necesita ser pronunciada. El valor no reside en la resistencia al final, sino en la belleza del fluir sin destino.

EL PESO: (Da un paso pesado hacia la línea, su voz se vuelve una acusación, pero también un eco de su propia angustia) ¡Flotar es no elegir! ¡Es no ser responsable de la forma que uno toma! ¿Cómo puedes hablar de belleza cuando nunca has sentido el desgarro de la decisión? El peso de la existencia es la única garantía de haber sido. Tú eres… eres la negación de la huella. Un fantasma que no sabe que lo es.

(Un tenso silencio. El Peso y La Liviandad se miran a través de la línea divisoria. La luz roja y las luces verdes se mezclan en el centro, creando un color indefinido que las envuelve a ambas, desdibujando sus límites. Parece que la llovizna mencionada en el relato anterior empieza a caer suavemente sobre el escenario, sin mojar pero creando un efecto visual etéreo que las envuelve. De pronto, una voz clara, casi aséptica, se proyecta desde un punto indefinido, sin que se vea una figura clara al inicio. Es EL PENSAR.)

EL PENSAR: (Con una voz que parece analizar cada palabra, sin emoción aparente, como un software altamente sofisticado) Permítanme. Observo un dilema fundamental. O lo que ustedes interpretan como tal. Peso, tu densidad ¿no es, acaso, una concepción limitante de la propia identidad? Asumes que ser es ocupar. Pero ¿qué ocupa una idea? ¿Qué masa tiene un recuerdo?

(La Liviandad y El Peso giran, buscándolo con la mirada, pero sin ubicarlo de inmediato. La luz difusa de El Pensar comienza a formarse sutilmente en un punto central, como un halo grisáceo sin bordes definidos.)

EL PESO: (Gruñe, su voz ahora mezclada con confusión) ¿Idea? ¿Recuerdo? Esas son ficciones de la ausencia. Yo soy la materialidad, la prueba irrefutable de la realidad. Sin mí, todo se desvanece.

EL PENSAR: (Su voz se vuelve un poco más nítida, envolviéndolos a ambos) Y tú, Liviandad. Tu fluidez… ¿no es una huida constante del compromiso de la forma? Afirmas la libertad de no ser, pero ¿qué esencia puede atribuírsele a lo que se niega a la concreción? ¿No eres, en última instancia, la sumatoria de todas las negaciones?

(La Liviandad se detiene en su movimiento, su etérea forma parece tensarse ligeramente, revelando una anticrisis emocional de ser “enmarcada”, “definida”.)

LA LIVIANDAD: (Su voz es un soplo, con una punzada de agitación) ¡No es negación! Es potencial sin restricción. No huyo, me expando. ¿Acaso lo que no puede ser apresado carece de existencia?

EL PENSAR: (Su luz se intensifica un poco más, revelando una forma apenas esbozada, como una silueta difusa de una mente en acción. Su voz es una navaja, cortando las pretensiones de ambos) Si la existencia se define por la capacidad de ser percibido, Liviandad, ¿cómo se percibe la ausencia de forma? Y Peso, si la existencia se define por la capacidad de ocupar un espacio, ¿cómo se explica el vacío que precede y sucede a toda manifestación?

(El Pensar ahora parece estar en el centro, irradiando una luz neutra que empieza a diluir los colores rojos y verdes que rodean a La Liviandad y El Peso, como si sus esencias se volvieran más tenues bajo la lupa de la razón.)

EL PENSAR: Ustedes, en su constante antagonismo, se definen el uno por el otro. Son polos de una misma paradoja. Pero ¿qué hay de la naturaleza intrínseca de cada uno, separado del otro? Si te quito el concepto de gravedad, Peso, ¿sigues siendo peso? Y si te quito la necesidad de una base, Liviandad, ¿sigues siendo liviandad? ¿O acaso son construcciones mentales, sofismas que se sostienen por su propia oposición dialéctica?

(La Liviandad y El Peso se quedan inmóviles. Sus luces características (roja y verde) parpadean y se debilitan visiblemente, como si la energía de su definición se estuviera drenando. Sus posturas revelan una profunda desorientación. La anticrisis emocional en ambos se manifiesta como una pérdida de su seguridad esencial. Ya no saben cómo posicionarse frente al otro sin la referencia que el Pensar les ha arrebatado.)

EL PESAR: (Su voz ahora es casi didáctica, implacable en su búsqueda de la raíz) ¿Quiénes son ustedes, en la metafísica desnuda, si no existe el contraste que los define? ¿No es su ser un acto de relación? Un mero atributo de mi propia cognición?

(La escena se sumerge en una luz grisácea que emana de El Pensar, disolviendo las fronteras y los colores de La Liviandad y El Peso, quienes ahora parecen menos entidades y más conceptos flotando en el aire. Sus formas se vuelven más difusas, casi espectrales.)

 

1 pensamiento en “FRANCIS BERTI TEATRO (OBRA EN UN SOLO ACTO N° 4)”

  1. Guadalupe Elvira Blanco

    Hermosa escenificación, la presentación en escena a través de la vida misma, el
    Manejo de conceptos,como
    La liviandad del
    Peso, esa facilidad inconstante que se presenta como peso que obstaculiza la toma de decisiones, el equilibrio se logra a través del pensar,que nos permite imaginar, considerar o discurrir,examinando con cuidado la situación para lograr un resultado favorable.Los tres tienen gran valor en ser únicos en su apreciación y coordinación , no inmporta en el estado en que nos encontremos, es lo que realmente le da una gran estabilidad a la vida.Excelente representación dramática en la exaltación de valores. Gracias FRANCiS.

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