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CALESITAS CHOCADORAS

Chocar la calesita. Frase denostativa si la hay. Para esta clase politik en la impericia (ya de manera consuetudinaria). En los últimos tiempos de argentina sometida al covid recurrente de la mediocridad, que se desliza peligrosamente de arriba hacia abajo. Imaginen por un momento cada partido político en una inmensa calesita con su siniestra sinergia atrayendo la liviandad del pensamiento ciudadano, esperanzado y desesperanzado por un brote de futuro.

Pero, aunque la calesita de turno choque una y otra vez en sus propios obstáculos, las calesitas opositoras no se quedan atrás. Aquí la situación se pone mucho más interesante. Ningún calesitero quiere dejar de participar de las carreras de los TioVivos. La metamorfosis del carrusel adquiere marca registrada, funciona como si fuera la atracción de un agujero negro atrapando para siempre todas las luces que caen en el.

En el ballet cósmico de los dirigentes circula la sortija, como debe ser, en manos de unos poquísimos dueños que se divierten en la distracción mundana. Del sigue girando el premio que jamás estará a tu alcance. Luces. Sube y baja de caballitos, autos y barquitos, mantienen en la marea de mareados todo el tiempo posible que pueden quitarle, sin que nadie pueda bajar. Ese es el espectáculo. Calesitas, azules, rojas, amarillas, verdes y marrones. Pero el status quo no siempre funciona, y en esta carrera nos encontramos quienes todavía no nos subimos a ninguna de ella. Lo que nos permite observar con pasmosa irreverencia que estos monstruos de recolección de voluntades han comenzado un juego nuevo, “las calesitas chocadoras”.

De qué sirve discutir con el que no puede comprender. No pedimos nada, estamos en la encrucijada entre tú o yo. El odio se extiende como una plaga por aquí y todo el mundo y es hora de despertar de esta pesadilla antes de que sea demasiado tarde y nuestra existencia se vea amenazada por los verdaderos intereses del sistema que nos impone a su antojo. Sin consultarnos a quienes más lo sufrimos. Solo importan las cuentas bancarias en lugar del alimento para las mentes hambrientas.

Y asi se chocan ellos mismos, en un revoltijo de ideologías incomprensibles y a la vez intencionalmente confusas. Nadie debe entender nada. Esa es la premisa de unos y otros.

Llueve sobre mojado, sigue goteando hasta hacer cráteres gigantes del desastre natural e inventado por los necesitados intelectualmente de poder. Donde el ciudadano es lo menos importante, por encima de todo y todos…están ellos. Somos una carga que hay que mantener como si fuera un donativo para quienes dirigen nuestras vidas. ¿Es acaso a ellos a los que les debemos alimentar de nosotros mismos? Y no nos engañemos, ni siquiera tienen capacidad para hacerlo. No podrán nunca darle sentido a las palabras, sin embargo seguimos subiéndonos a las calesitas chocadoras, ¿ es acaso que un bienestar superfluo nos es mas agradable que la verdad? ¿Que nos sucede?

La mentira es la divisa del sistema. Todo se vale, todo se permite. Sus dioses son los del dinero y el poder y ellos pagan puntualmente a sus sacerdotes y a sus más necesitados sacrificadores. En el nombre de los dioses pagan por sus vicios y por sus pecados. No tienen vergüenza alguna. Las mentiras que te cuentan a través de los medios de superan la capacidad de almacenaje, y se desbordan como panacea del entretenimiento cotidiano de nuestras conversaciones de café.

Porque aunque no haya mucha gente que sepa de qué habla, y la que sepa sea de la intención de que se sepa, eso no es del todo malo. Una cosa es comunicar lo que se dice (lo que se es) y otra cosa es comunicar lo que se dice (lo que se dice). Uno no necesita estar al tanto de dónde se está en una ciudad o en un barrio, de manera que pueda tener una conexión directa con la realidad que se pretende representar, como una no necesaria por lo demás. Un artista de la palabra no necesita siquiera estar al tanto de lo que dice, sino de que la gente lo escuche, sea cual sea la relación que esta tenga con lo que se dice, porque si no la hay, la gente busca otra.

Cuando uno se decide a hacer la guerra, hay que hacerla como si se ganara y dar al enemigo su merecido. Porque así es, en efecto: de igual manera que el león no mata por deporte sino por hambre; y también la cólera del lobo viene de haber sido herido o amenazado: ¿por qué íbamos a ser menos misericordioso? Decidámoslo con todas las consecuencias. Nosotros no tenemos nada que perder, vamos a morir pronto. Y ellos tampoco pueden salvarse para siempre; todo tiene un final. Todavía somos jóvenes. Pero nosotros no estamos hechizados por esa idea del futuro inmediato.

No hay ninguna necesidad de dejarse arrastrar por las pasiones fuertes y las dudas, sino que hay que atacar con determinación; el verdadero carácter consiste en no tener miedo. Serenamente comencemos la batalla intelectual de abajo hacia arriba, las armas somos nosotros, Todos nosotros. Y créanme, ellos temen mas. El punto es, la apatía del conformismo individual muchas veces nos supera. No hay demasiado tiempo, se lo debemos a nuestras generaciones por venir.

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