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COMO POMPAS DE JABON

Círculos en tercera dimensión flotando hacia adelante. Siempre a la vista. Mundos coloreados por la luz, frágiles de toda fragilidad. Tiempo lento de desplazamiento, tiempos de seguridad, de felicidad, de inicio, de todo por hacer. Haciendo nuestros propios mundos por los que descubriremos nuestra imagen reflejada en ellos, en los otros, en los nuestros. La perfección se nos presenta en su magnitud excelsa. La perfección no lastimara jamás. Y comencé mi viaje dentro de una pompa de jabón.

Flotando, por unos instantes volví a estar en el extremo de la habitación. Una pequeña habitación, con una ventana que daba al exterior. Me encontraba sobre un sillón marrón, frente a la ventana abierta, viendo pasar el tiempo por la calle. Sentí que mi corazón latía lentamente y seguía los pasos del hombre que caminaba por las aceras iluminadas de luz amarilla. Ahora no estaba sentado en ningún sitio, pero miré todo lo que podía ver desde aquella minúscula esfera donde estaba, y vi que el mundo seguía vivo. Pude ver a los hombres que pasaban por las aceras, y podía sentir la vida de las personas dentro de las casas, sus pensamientos y sueños.

No había nada más triste que ver ese tiempo perdido en malgastarlo en cosas sin importancia. La música sonaba con fuerza desde un enorme volumen. Era una música poderosa, llena de emociones profundas, como el canto del alma por una eternidad. Nunca había escuchado algo así antes: sonaba tan potente como el rugido del mar en la tormenta; tan profunda como la tierra que da origen a las plantas; tan poderosa como la luna llena, cuando con su luminosidad ilumina el corazón de todos los que duermen en la noche.

La música que escuchaba era como una melodía de lo invisible, que se elevaba por encima de todo. Era una melodía hecha por los niños del mundo para compartir sus sueños con el resto del mundo. Era la voluntad del ser humano vuelta realidad en aquel momento y en aquel lugar, y en cada minuto de nuestro día. Se estaba entonando mi canción más dulce y bella. Sentí un deseo ardiente, dentro de mí comenzar a arder cuando vi que, por todas partes, los ojos de los niños estaban fijos en mí. Estaba seguro de que era yo el único que podía verlos, pero ellos sonreían al mirarme. Yo no sabía nada acerca del mundo. No tenía conocimiento sobre qué era lo correcto y qué era lo incorrecto; mi mente no tenía conciencia de las reglas y las leyes sociales; tampoco conocía las distinciones entre la gente y sus costumbres.

No sabía nada acerca del tiempo puesto que todo lo veía comenzar a pasar ante mis ojos sin sentir su transcurso. En absoluto comprendí el significado de la vida. Pero sabía que aquellos niños me habían creado en su imaginación. Sabía que eran ellos quienes entonaban mi canción y me habían hecho para encontrar la belleza en el sentido de la vida. Se estaba celebrando una fiesta para mí, y no se trataba de una fiesta cualquiera: era mi propia fiesta de cumpleaños, un día especial en el que ellos se reunieron por primera vez para compartir sus voces conmigo, para ayudarme a darme cuenta del mundo alrededor mío.

La luz se hacía presente en todo momento; no tenía nada que ver con lo que resultaba ser el día o la noche. El calor era como una caricia que se extendía sobre todo y todos; podía sentir el camino del aire, como si fuera un aliento de vida, y no había nada que pudiera interponerse en mi camino. Yo estaba vivo por siempre, pero también estaba muerto por siempre. Todo lo que yo veía en aquel lugar era perfecto; incluso los errores eran hermosos a mis ojos, pues sabía cómo arreglarlos: con su propia imaginación. No había mejor terapia que la compasión en un viaje de pompas de jabón.

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