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LA EMISIÓN SILENTE DEL VÓRTICE, LA REBELION DE LA NADA

LA EMISIÓN SILENTE DEL VÓRTICE

LA REBELION DE LA NADA

Por Francis Berti

La luz del cartel, roja y urgente, parpadeaba sobre el cristal opaco: “AL AIRE 34”. Un set de radio, o lo que quedaba de él en mi mente. La silla estaba vacía. La botella de whisky, el vaso, los papeles en blanco, el cigarrillo a medio consumir, todo esperando una voz que no llegaría. Era mi refugio, o mi cárcel, en esta bajeza de vida. La niebla que se metía por las rendijas, por los poros de los adoquines, no era del exterior; era la visibilidad baja de mi propia existencia. Había llegado a ese punto donde la per- perfección del no ser para ser se había vuelto una profesión: la de no ser nadie, para poder ser, quizás, todos.

Y entonces, el primer sonido. No venía del micrófono muerto, sino de afuera del cristal. Una ráfaga de viento helado, mezclada con el chirrido de unos frenos viejos y el eco de un grito: “¡[Tu Nombre]! ¡[Tu Nombre]!”. No reconocí el rostro que se asomaba por la ventanilla de un auto oxidado. Ni el segundo. Ni el tercero. Eran los cariños perdidos, esa gente que, en sus encuentros fortuitos, se agolpaba en las esquinas de mi memoria ajena. Me reconocían por lo que no sabía qué les había dado. Mi memoria era un desierto, la suya, un oasis de gratitud por cosas que para mí eran migajas de tiempo o tonterías.

La Verdad austera, esa que había buscado con tanto ahínco, había resultado ser la ausencia de la mentira. Y la ausencia de la mentira, pensé, era precisamente este silencio de mi estudio, esta silla vacía, esta falta de un “yo” que pudiera reclamar esos recuerdos ajenos. La verdad no era lo que hice, sino lo que los otros recordaban que hice. Una verdad externalizada.

Fue en ese instante de profunda disonancia, cuando el rostro de perfil en el reflejo del cristal no correspondía al héroe anónimo que aquellos extraños saludaban, que la visibilidad baja de mi propio ser se partió. No se disipó como niebla, se rompió como vidrio. Y a través de la fisura, apareció la luz.

No era la luz del sol, sino un haz concentrado, de un color naranja sucio y urgente. Y con la luz, una risa. Una carcajada tan limpia y tan ajena a mi drama que sonó como un insulto. Flotando en el haz, una mancha vibrante de color que cambiaba constantemente, una irrupción pura de lo irreverente.

— ¡Qué pereza! —Dijo la mancha, su voz aguda y metálica perforando el cristal y el silencio—. ¡Tanta grandilocuencia para un charco tan pequeño! ¿Estás buscando tu verdad en un asiento vacío? ¿Y tu identidad en el eco de quienes ya te olvidaste? Tu “per- perfección del no ser” es un autoengaño exquisito, un refugio para no ser culpable de nada. Pero la culpa, viejo, es lo más real que tenemos.

El murmullo de mis millones de recuerdos olvidados se calló de golpe. El ser que quería ser más de mí se encogió. La Verdad austera, la ausencia de la mentira, se sentía ahora como una cruel burla. ¿Y si la Verdad no era la ausencia, sino el peso de lo que no recordabas haber hecho, y la culpa de haberlo olvidado?

La Bifurcación Filosófica: La Culpa del Legado Inconsciente

La mancha vibrante giró, su luz naranja se hizo de un verde eléctrico y luego regresó al naranja sucio.

—No eres un héroe olvidado —dijo con la misma risa irritante—. Eres un deudor inconsciente. Te crees despojado, austero, pero eres un millonario de legados que no reconoces. Y eso, mi querido espectro radial, tiene un nombre. No es orgullo, ni humildad. Es la culpa del beneficio ajeno.

La culpa del beneficio ajeno es la culpa por una bondad olvidada. Es el peso de la influencia positiva que ejerciste sin intención, sin registro, sin siquiera memoria. Es la deuda moral que adquieres por el bien que diste sin saber que lo dabas, y cuya magnitud solo puedes percibir a través del agradecimiento de extraños. Te impide el lujo de la insignificancia.

La Rebelión de la Nada

¡No!

La palabra, una explosión cruda, vibró en el aire viciado del estudio de radio. El cartel “AL AIRE 34” se apagó de golpe, como si la electricidad se hubiese rendido a la negación.

—¡No puedo ser definido por su recuerdo! —grité a la mancha, golpeando la mesa. El vaso de whisky se derramó sobre los papeles vírgenes—. Mi búsqueda fue la anulación de mi historia. Quise ser un cero para que la Verdad, puta y llana, pudiera manifestarse sin adornos. ¡Esta culpa que propones es la parafernalia más perversa de todas! Es el adorno final, el último traje de lentejuelas que me quieren poner.

La mancha vibrante se rió más fuerte.

—Es lo que te toca. La responsabilidad sin memoria. Acéptala, o serás un fugitivo de tu propia bondad.

—Prefiero ser un fugitivo de mi propia bondad. Prefiero la nada que yo elijo, al todo que ustedes me imponen.

En un arrebato de lucidez radical, tomé el cigarrillo a medio consumir, el encendedor que no había usado, y los arrojé al vaso empapado de whisky. Luego, agarré la botella, me acerqué al cristal y lo estrellé. No para salir, sino para romper el reflejo que me mostraba a ese deudor.

Al romper el cristal, la visibilidad baja regresó con furia, pero ya no era niebla, sino un torrente de aire frío y áspero. Mi cuerpo, envuelto en el sobretodo negro, se sintió ligero. Dejé atrás el estudio, la silla vacía, la deuda. Salí a la esquina de adoquines, donde los autos viejos y malolientes seguían pitando y saludando.

Me detuve, de perfil. Ellos gritaban mi nombre, me ofrecían su gratitud eterna, me pintaban de colores innombrables. Pero ya no era yo quien los oía.

La liberación no fue el olvido, sino la separación. La nueva proposición filosófica, esculpida en ese acto de rechazo, era esta:

La Verdad austera de la Identidad reside en la desautorización de la memoria ajena. Solo se es verdaderamente libre cuando se renuncia al legado inconsciente, aceptando que el yo elegido es superior al yo recordado. La liberación es la renuncia al beneficio de la propia bondad.

Caminé, sin mirar atrás, sin responder a los gritos, dejando que el espectro del deudor inconsciente se quedara en la esquina. Yo era, simplemente, el que no debía nada. Y en esa negación radical de mi propia historia, encontré mi última, y más absurda, forma de ser.

 

2 pensamientos en “LA EMISIÓN SILENTE DEL VÓRTICE, LA REBELION DE LA NADA”

  1. Guadalupe Elvira Blancop

    Cada quien sabe porqué debe luchar,el tiempo será su aliado cuando debe permanecer en discordia con su ego, tu mente estará atenta a cualquier paso que se dé,y como
    el vórtice de tus emociones en una emisión silente , se libra de la verdad austera y acepta al yo
    recordado y se libera del deudor inconsciente , y en esa negación radical de no deber nada, encuentra su última y más absurda forma de ser. Al moverse en la ausencia absoluta de todo ser, no se obtiene el resultado esperado, pero tu mente estará siempre atenta a cualquier paso que des para no perder su fuerza y precisión.Solo se es verdaderamente libre cuando se renuncia al legado inconsciente, aceptando que el yo elegido es superior al yo recordado. Interesante reflexión. Saludos FRANCiS.

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