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NI TIBIOS NI GRISES

No sabemos, no nos enseñaron, no lo aprendimos nunca de ser grises o tibios. Ni en los recreos de conciliaciones amorosas, de las adolescencias infantiles, ni en la madurez impertinente de zangones, saltar rescatando e insistir sin permiso de insistencia, por la puta razón de quebrar la realidad dura de pegoteados afiches y grafitis traductores de la sensibilidad. La lucha por la eternidad en debe hacerse con edificio.

No somos de sueños. Nadie los lleva a no quedarnos tranquilos ni con acciones concretas, en la masa desesperada que pasa caminando en camino, rodeados sin límites. Si no, no nos abramos de nuestro sombrero de pelo en la madrugada como un ser de hielo, ¿cómo vamos a levantarnos con la tierra, si la queja se pone llena de pasión por la eternidad respaldando el plan en el lugar y en el elegido? Entonces, entre la espera de una convocatoria hacia un encuentro cósmico y la posterior renuncia a serena domesticación, nos muestran la verdad.

 

Ante una prisa alarmante, o por otra parte, los antecedentes indeseables de la gente que excede con su bucólica indiferencia la fábula. Los grises no resisten sino tan solo quejarse ante sus cosas estafadas o mal deseadas; es una lucha concreta, no se sabe, o sí, se sabe, por la resistencia del desliz con los pies en alto. Entre la emoción y el esfuerzo, el deseo y la incapacidad, entre la ira y la vanidad, entre un toro de tela que responde con un brazo de seguridad y la voz de una alma cortada, de la quema de los ojos que han abierto el ojo de la naturaleza, es una demostración de un aparato matemático destructivo, intelectual, filosófico, espiritual, interior que no cuenta con útiles ni patrones ni puntos de acción a resolver los conflictitos y obligaciones.

 

Los otros con sus silencios tienen que trasladarse al mundo cotidiano de la persona y de la sociedad, ya la vida cotidiana. Pero el exceso de indolencia o indiferencia es sólo una pérdida de estatus humano. Nosotros, debemos decidir sobre las exigencias de la naturaleza, no estamos partidos. ¿Por qué el traslado de los sentimientos y tareas a otros lugares, a otras áreas, porque las relaciones, así las expresiones de lo humano deben detenerse y quebrase? Nada terrible sucedió. Ninguna guerra se desato. No hay sangre, solo un perfume ámbar, miel. Intenso y pegajoso suceso. Pegajoso de abracitos de chasquidos. En esos dedos que buscan desesperados la mano entrelazada. Ya no más tibios ni grises. Negro. Blanco. Soles.

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