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Y A PESAR SOBRE LOS HOMNBROS

Y A PESAR, SOBRE LOS HOMBROS

 

Por Francis Berti

 

Mi padre (un buen perro cabron, si los había) siempre me decía; cagalo bien a trompadas, después córrete a una carnicería compra dos bifes anchos, volve, acércate al derrotado, agáchate junte al él y ponle los pedazos de carne en el rostro para que baje la hinchazón y calme el dolor. Siempre calmé el dolor por más bronca que le tenía a la adversidad. Así pase mi vida, mas en las carnicerías que en los bares riendo de alcoholes. Así le pelee a la puta realidad, al puto cielo y obvio al reputisimo infierno. Belfegor nunca se metió conmigo…los santos tampoco… eh!

 

Habían pasado tres y medio años que envié mi mejor cuadro a una mejor pared que la de mi cuarto agrietado, junto con la colección completa de mis publicaciones de dos siglos. Seguramente Silver Rabbit estará más feliz allá, mi gato Orión lo molestada bastante, pero nunca se salió de su lugar. Yo por lo menos tengo el rostro más enjuto, mas cicatrizado de mas rayas que nacieron y seguirán haciéndolo…el maldito espejo nunca tuvo piedad, bueno, no está en su naturaleza, es la naturaleza la impiadosa.

 

Había encontrado un bodegón en la misteriosa Buenos Aires de Mujica Laínez que hasta los azulejos del zócalo tenían los mismos duendes, me alegre por el recuerdo. Era lugar de rejas rojas y helechos verdes. Al final del salón se abrigaba un patiecito con una fuente de hilitos de agua, los imagine azules. En esas mesas de madera cocinada al sol y lluvia y los claroscuros del cielo abierto sin techo lo hacían hasta con más libertad, podía escapar volando. Pero no lo hice.

 

Había recibo la llamada, y a pesar del terror amoroso. Vine. Temprano como siempre a cualquier cita. Esta no era cualquier cita. No sé que era o que resultaría, tenía que averiguarlo…bueno ustedes saben…nunca pude dormir sin salir a ver de quien eran los pasos y los golpes que me despertaban. La invitación sonó asi de alarmante y misteriosa en mis desvencijadas razones. Pedí un whisky, no para entonarme, pues entono mal, ni dos notas me saltan claras. Lo pedí solo porque bebo, es más simple. Ella comenzó a llegar, algunas luces se encendieron, no hacía falta. La reconocí. Creo que ella también porque camino raro todo el trayecto hasta mi. No alcance a levantarme que ya estaba sentada mirándome china, muy china. Asi estuvimos por varios y universales segundos.

 

Me levante, me acerque, la tome de las manos y la puse de pie. Nos abrazamos y descansamos los rostros uno en otro. Recostados en los hombros, mientras el perfume nos reconocía y se reconocían, no recuerdo si hablamos, susurramos o dejamos que los pensamientos dialoguen sueltos del miedo. Así durante mas de veinte minutos…cuando nos volvimos a sentar se acerco el dueño del bodegón…Nos miro, se sonrió cómplice…y con una voz áspera nos dijo; En mis casi ochenta años en este mismo lugar que fue un establo, luego una bodega y ahora un bodegón… Solo vi esta escena una sola vez…Beban lo que quieran…la casa invita.

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