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TATUAJES FLOTANDO

TATUAJES FLOTANDO

Por Francis Berti

Tatuajes flotando, tatuajes llorando y riendo, tatuajes que flotan de piel en piel, por fuera por dentro, por allí y por allá. Te encuentran, se vienen hasta aquí, se van hasta allá, se te acurrucan por los mil pasos que te recorren cayendo por los devenires que en cosquillas te hacen venir, te pierden y te flotan por los quererles que quisierais sin querer. Descubrimos que la tinta bajo la piel no era estática; era una sustancia cuántica, la verdadera matriz de la experiencia. Lo que creímos eran diseños permanentes, eran en realidad memorias ectópicas, listas para saltar al éter.

El mundo se había transformado en un vasto mercado de emociones táctiles. Ya nadie preguntaba qué habías hecho con tu vida, sino qué tatuajes llevabas puestos hoy. Los tatuajes que lloraban eran los más codiciados por los artistas: llevaban el registro de un dolor profundo pero superado, dejando un rastro salino de resiliencia. Los tatuajes que reían eran peligrosos: portaban la ligereza de un placer irreflexivo, y si se te “acurrucaban” demasiado, te dejaban con una resaca de alegría vacía.

Mi propio cuerpo era un mapa en constante revisión. Desperté esta mañana con el Tatuaje de la Paciencia Fallida (una espiral de tinta negra que se deshacía rápidamente) que había recogido de un anciano en el metro. A cambio, él se había llevado mi Tatuaje del Deseo Contenido (un hilo tenso y azul), dejándome una extraña paz.

Pero el problema no era el intercambio; era la flotación por el quererles que quisierais sin querer.

Cuando un tatuaje flotaba por un deseo inconsciente, lo hacía sin tu permiso, buscando la piel que mejor pudiera contener la emoción que representaba. Y esa noche, sentí un cosquilleo en la muñeca. Mi tatuaje más preciado, la Fisura de Gris Espectral (una fina línea que captaba la complejidad del equilibrio), comenzó a desprenderse.

Flotó, riendo suavemente, y se dirigió no hacia una piel conocida, sino hacia un rincón oscuro de la habitación. Allí estaba, sin que yo lo hubiera notado, la persona a la que mi inconsciente deseaba entregar la complejidad del equilibrio.

Era una figura inmóvil, sentada en una silla, cubierta de pies a cabeza por una capa de lino tan gruesa que no permitía ver un solo trozo de piel. No había tatuajes visibles en ella. Era el lienzo absoluto, la Nada receptiva.

Mi Fisura de Gris Espectral se dirigió hacia la capa, buscando la piel oculta. Lo que me aterrorizó no fue perder mi memoria, sino el hecho de que mi tatuaje se estaba dirigiendo a alguien que, por su total ocultamiento, parecía negar la experiencia misma.

 

(El personaje ha visto su tatuaje más preciado, la Fisura de Gris Espectral, flotar hacia la figura inmóvil y cubierta de lino, el “lienzo absoluto”.)

…Mi Fisura de Gris Espectral se dirigió hacia la capa, buscando la piel oculta. Lo que me aterrorizó no fue perder mi memoria, sino el hecho de que mi tatuaje se estaba dirigiendo a alguien que, por su total ocultamiento, parecía negar la experiencia misma.

La Fisura de Gris Espectral, esa fina línea que contenía la temperatura emocional del equilibrio (ni blanco, ni negro; solo la aceptación de la fisura), tocó el lino grueso de la capa.

No hubo destello, ni chispa, ni siquiera un sonido.

El tatuaje no se adhirió a la superficie; fue, simplemente, absorbido.

La tinta gris se deslizó sobre las fibras del lino como un humo denso que se disuelve en el agua. En menos de un instante, la Fisura de Gris Espectral desapareció por completo, dejando el lino tan prístino y desprovisto de marca como antes. Era como si la capa fuera no solo el lienzo absoluto, sino la Nada Receptiva, capaz de integrar la complejidad sin alterarse.

Me quedé sin aliento. Mi preciado equilibrio, mi única defensa contra el Absurdo total, había sido entregado sin mi voluntad, absorbido por una entidad que negaba la reciprocidad. Sentí un vacío físico en la muñeca, una ligereza peligrosa, como si acabara de perder el lastre de mi propio juicio.

Y entonces, la figura se movió.

Lentamente, con una cadencia que no era ni urgente ni perezosa—era la cadencia perfectamente calibrada del equilibrio—la figura levantó una mano que seguía cubierta por el lino. La cabeza se inclinó apenas, un gesto que carecía de intención o emoción, pero que poseía una precisión ontológica aterradora.

La figura había absorbido la Fisura, y ahora se movía con la consecuencia sutil de ese conocimiento. Ya no era un simple lienzo; era la complejidad andante.

LA FIGURA CUBIERTA: (Su voz era apagada, resonando dentro de la tela, pero era una voz que no preguntaba ni afirmaba; simplemente constataba). Ahí estás. Lo he estado esperando.

YO: (Tartamudeé, sintiéndome estúpidamente desnudo sin mi tatuaje). ¿Esperando? ¿Quién eres? ¿Por qué mi… mi gris?

LA FIGURA CUBIERTA: (El tono era perfectamente llano, sin ápice de emoción). Soy el Recipiente de lo Entregado. Y tú, con tu miedo a los “quererles que quisieras sin querer”, has intentado toda tu vida evitar la verdadera entrega: la de tu propia indecisión. El gris era la indecisión perfecta. Y yo lo necesitaba.

(La figura se puso de pie, y el lino, antes rígido, ahora caía con una fluidez que recordaba al río denso de los pollos rientes. Su movimiento era el de alguien que finalmente ha encontrado su centro, pero ese centro no es personal; es el centro de todas las cosas.)

LA FIGURA CUBIERTA: Ahora, la balanza está nivelada. La Fisura me pertenece. Y a ti, a cambio de tu entrega involuntaria, te devuelvo un eco.

(La figura extendió la mano enguantada en lino. Flotando sobre su palma, había un objeto minúsculo, no más grande que una migaja: un pequeño y triste Tontillo de tela gris, el mismo que recibí por mi necedad. Había sido purificado por el contacto con el Recipiente.)

(La figura cubierta de lino le ha devuelto al personaje el “tontillo” —la capucha de bufón que había recibido por su necedad— ahora purificado por la absorción del tatuaje de Gris Espectral.)

LA FIGURA CUBIERTA: Ahora, la balanza está nivelada. La Fisura me pertenece. Y a ti, a cambio de tu entrega involuntaria, te devuelvo un eco.

Sostuve el diminuto tontillo purificado en mi palma. Olía a lino y a la complejidad neutral de la que acababa de ser despojado. Ya no era un símbolo de castigo burocrático, sino la esencia destilada de mi estupidez asumida.

Los tatuajes llorando y riendo que me quedaban en el antebrazo se movieron, reconociendo la presencia de algo que había pasado por el crisol de la Nada Receptiva.

No lo engullí (la digestión es demasiado real). No lo arrojé (el rechazo es demasiado dogmático).

Con la respiración contenida, acerqué el tontillo a mi piel, justo sobre el vacío que había dejado la Fisura de Gris Espectral.

YO: (En un susurro dirigido a la pequeña migaja gris). Si la memoria es tinta flotante, entonces el arrepentimiento purificado debe ser una marca digna de llevar. Si la necedad se ganó por la impaciencia, que sea ahora la necedad del equilibrio.

Con una concentración que habría avergonzado, proyecté mi deseo. No el quererles que quisieras sin querer, sino un Querer Absoluto. Quería que esa tela gris, esa confesión de mi limitación, se convirtiera en un Tatuaje de la Estupidez Asumida.

La migaja de lino tembló.

Luego, lentamente, se hundió en mi piel.

No flotó sobre ella; se integró de forma permanente, no como una línea espectral, sino como un Punto Final diminuto, gris y discreto. Era la única marca en mi cuerpo que era inmóvil, porque representaba el final del ciclo de las preguntas y las evasiones.

La figura cubierta de lino asintió.

LA FIGURA CUBIERTA: Ahora sabes. La entrega no es la pérdida, sino la adquisición de la permanencia.

(La figura se dio la vuelta y se disolvió en la oscuridad del rincón, dejando solo el olor a lino y el silencio de un espacio finalmente equilibrado.)

Me levanté. Ya no me sentía desnudo. Llevaba en mi piel el tatuaje inmóvil de mi necedad redimida. Y por primera vez, al mirar los tatuajes flotantes que me quedaban —los que reían, los que lloraban—, supe que no me escaparían. Ahora que el Absurdo me había marcado con la permanencia, ellos sabían que su lugar, tarde o temprano, era aquí.

 

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