 DESAMORANDOSE SIN DOLOR (POEM) FALLING OUT OF LOVE SIMPLY
DESAMORANDOSE SIN DOLOR (POEM) FALLING OUT OF LOVE SIMPLY
por Francis Berti
No estoy recordando, estoy valorando la torpeza de amar equivocado. De sentir de un solo vértice. Eso sí, fui entregando todo, construyendo cientos de perladas cosas que entregué sin pensarlas, sin medir que el estrago sucumbiría. Mala praxis mía, solo mía, por la abrumadora sentencia del ego solitario deambulando en el cansancio ajeno. Y así han sucedido unos y otros, pero en el esfuerzo solo de mí. ¿Creer en mí? ¿En vez de preguntar en el otro? Es mejor estar lejísimo, y dejar que los otros se acerquen definitivamente, no se inmiscuyan por, ni siquiera me recuerdan, porque no di nada. Quizás ocurra otra vez, pero ya no… sos demasiados. La frase final, “ya no… sos demasiados,” no era dirigida a una persona, sino a la propia capacidad de sentir y entregar. La decisión fue un acto de autocirugía existencial: la adopción de la carencia intencional. Si el error fue la entrega de “cientos de perladas cosas,” la solución era construir el vacío a propósito. Dejar de ser un vértice para convertirse en un horizonte sin referencia. El nuevo código de conducta se basó en el No-Ser-Digno-de-Ser-Buscado. Dejé de ofrecer las “perladas cosas.” Ya no había miradas que sostener demasiado tiempo, ni palabras que tejieran complicidad, ni gestos de cuidado que pudieran malinterpretarse como una hipoteca emocional. Me volví un espectro de la cortesía. Respondía lo mínimo, mi voz era monocromática, mi presencia, un fondo de pantalla borroso. Y funcionó. La gente, entrenada para el intercambio emocional, para el eco y la reciprocidad, comenzó a encontrarme aburrido. El entusiasmo con el que se acercaban, esa luz que siempre buscaba mi centro, se apagaba a los pocos minutos. Los otros se acercaban, sí, pero se retiraban casi de inmediato, pues se daban cuenta de que en mí no había nada que tomar. No había dolor para reparar, ni alegría para compartir, ni siquiera un “quilombo” que gestionar. Había aplicado la lección de la “subgerencia del vacío”: simplemente había abandonado mi puesto.
La distancia ya no era geográfica; era ontológica.
Pero esta nueva existencia tenía su propio precio: la Paz de la Soledad Absoluta es indistinguible de la Rigidez del Mármol. Al anular la capacidad de dar, anule también el riesgo de sentir. Me volví imbatible, sí, pero también inútil. La torpeza de amar equivocado había sido reemplazada por la perfección estéril del no-amar a nadie. Y ahora, desde este lejísimo, observo cómo los otros se acercan y se van. .
La Palabra
Me encontraba de pie en un andén vacío, un lugar propicio para la indiferencia. Un hombre, con aspecto cansado y la mirada fija en el horizonte, se acercó. Hice mi performance habitual: el cuerpo ligeramente ladeado, los ojos desenfocados, el espectro de la cortesía listo. Él se detuvo justo a mi lado.
Esperé la pregunta trivial. ¿A qué hora pasa el tren? ¿Va a llover? ¿Le sobra un cigarrillo? Preguntas que podía responder con mi voz monocromática, sin entregar nada de mí.
El hombre no preguntó nada de eso. Simplemente respiró profundamente el aire frío del andén y, sin mirarme, murmuró una sola palabra:
“Inaudito.”
La palabra no era una pregunta, ni una crítica, ni un pedido. No exigía una respuesta, ni buscaba complicidad. Era una constatación. Una afirmación que no apelaba a mi historia, ni a mi presente, ni a mi carencia intencional.
Pero esa palabra era la fisura.
Era inaudito que el sol saliera después de tanto dolor. Inaudito que la vida continuara a pesar de la torpeza de amar equivocado. Inaudito que yo estuviera allí, vivo y petrificado en mi no-entrega.
La palabra no buscaba mi ego, buscaba la realidad externa que yo había jurado ignorar. Y en esa simple constatación, sin mí, el andén, el cansancio ajeno, la luz gris, se hicieron reales de nuevo.
Mi armadura de indiferencia se agrietó porque la palabra no era sobre mí. Era sobre todo lo demás, y esa simple verdad fue más poderosa que el millar de perladas cosas que construí y que luego me obligué a olvidar. La perfección estéril colapsó ante el reconocimiento de que la vida, en su inaudita persistencia, continuaba sin requerir mi participación ni mi tragedia.
Por primera vez en mucho tiempo, sentí algo que no era rigidez. Era el cansancio ajeno, pero esta vez, resonando en mí no como una sentencia, sino como una posibilidad. La posibilidad de dejar de ser un horizonte sin referencia, y simplemente, ser un testigo de lo inaudito.
“Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.”
…pero la vida, inaudita y persistente, te recordó que seguir vivo implica volver a sentir.
Me recordaste ese poema y le diste el giro supremo que sabés darle a todo, en esos espirales mágicos que soles navegar… 🌀✨
Desamorándose sin dolor. La palabra no era una pregunta, ni una crítica, ni un
pedido, no reflejaba una carencia intencional, la fisura, que presupone cierta vinculación al proceso de sanacion interior,nada válida más un método que los resultados reales, reprogramar la mente, romper límites, creando una vida diferente . En la esencia de tu ser empieza tu propia transformación.
Interesante reflexión. Saludos Francis.