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EN LA FISURA DEL GRIS

EN LA FISURA DEL GRIS

Por Francis Berti

Miren los azules, miren los amarillos, pero miren los grises. Los, grises espectrales grises que se pinta de todos los infinitos caleidoscopios. Y por qué los debo llevar aquí? Para que palpen la fisura que entibian las fachadas de los miles de grises y perciben, se atascan, se detienen, y tratan de ponerles el payasito de color… Todos lo intentan, a nadie se le avino. Los grises son tan grises como azul verdoso. ¿Blanco o negro? Gris de negro y blanco. El gris no es una mezcla; es una negación gentil. No se trata de la ausencia de color (eso es una simplificación banal de lo real). El gris es la prueba viviente de que todos los colores están presentes, pero en una saturación tan equilibrada que se anulan entre sí. Es el silencio visual que surge del coro de las tonalidades. La fisura que entibia las fachadas no es una herida; es la grieta entre lo absoluto y lo posible. El azul es absoluto, el amarillo es absoluto. El gris es la tolerancia infinita de la posibilidad. Y la gente, con su miedo a la indecisión cromática, intenta desesperadamente colocarle el “payasito de color”—un poco de naranja para hacerlo amable, un poco de rojo para hacerlo pasional. Es la estupidez humana de querer puntuación en la suspensión. Pero el gris resiste. Su espectro es una armadura. La gran paradoja que nos deja el gris es la inutilidad de la dicotomía. La pregunta “¿Blanco o negro?” es la pregunta del principiante. El gris responde: “Soy negro y blanco, y en esa unión, no soy ninguno de los dos.” Es perfecta. Me acerqué a una de esas fachadas. El gris era tan denso, tan profundo, que mi propio reflejo parecía una mera insinuación, un de, mi propia forma. Metí el dedo en la superficie y sentí esa tibieza extraña. No era calor; era la temperatura emocional del equilibrio. La fachada gris no me devolvió mi imagen, sino el potencial de todas mis imágenes fallidas. Y entendí la lección del gris: para palpar la fisura, no hay que buscar el color brillante que la cubra, sino aceptar el gris como el único color honesto. Es el color, donde la tristeza y la alegría se han molido hasta ser indistinguibles.

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