La distancia no siempre ofrece protección del tiempo, nos embarcamos, literalmente, en viajes temporales mentales, hacia playas que irremediablemente a simple ojo son suaves, tibias al sol, con aguas tranquilas de tiburones mansos, es la primer parada, de cuadros destartalados de bagajes listo para arrojarlos al primer fuego desconsolado de chispas de vida compartida. Asi, con poca ropa, con pocos alimentos y muchas bebidas esperando en fila sin moverse, para ser absorbidas hasta dormir en el nuevo día. Y creemos estar tan lejos, que ninguna amenaza podrá encontrarnos. Siempre se presenta, no sé como lo hace, o si se, pero me niego a reconocerlo.
Por eso el tiempo no cura todo, sincerarnos será un acto de conciencia absurda, ya sé que es, hasta lo huelo por mas que ponga mi rostro contra viento y respire a bocanadas brisas nuevas. Ese oleaje de aire es solo pasajero, el verdadera pasajero nunca se bajo del barco que me trajo, se bajo a mi lado, se sentó todas las noches. Invisibles acontecimientos que trato de perder. Es mi tiempo, es el tiempo que no me protege y la distancia no existe.
Hay por aquí unas naranjas, tratare de comer algunas de donde vengo no hay. Tratare de asar unos cangrejos de donde vengo tampoco hay. Intentare volar, de donde vengo no vuelan. Beberé agua de lloviznas de donde vengo no llueve. Tratare de que me crezca el cabello, de donde vengo no crece. Intentare por ultimo abrazar al primer ser que me mire a los ojos, de donde vengo nadie mira ni abraza, quizás, tal vez, el cambio no venga mas tarde de lo que debiera.