Es tan solo el viejo mono de fuego que camina hamacándose por la cima de las imaginarias cañas de bambú que insisten en iluminar. No paguen más por este mono errante, y ermitaño de los huecos de las nubes bajitas, tan rasantes que de niebla se visten para que fantasmales imágenes bailen deformándose sin siquiera dar unos pasos. Sonidos que rebotan en las gotas de las nubes bajitas que se pegan a las manos abiertas del viejo mono de fuego que danza abrumado, embriagado, enamorado.
Esta noche el viejo mono de fuego está en una ciudad extraña. Se levanta de una cama. Se pasea a la deriva. No hay nadie a quien preguntar dónde está. No hay nadie a quien pedir una dirección. Se desliza por calles desiertas, caminos que le llevan a otros caminos, hasta que tropieza con una puerta abierta. Un viejo amaneció en el umbral de una pequeña y vieja casa. Por una ventana entreabierta, entra el día.
.Se despierta el viejo mono de fuego del sueño en que se había transformado, más le deben aferrar los pies y las manos cuando parecía que comenzaba a descansar. Se asoma por entre las cortinas de la ventana, y ve que ya es otoño y el cielo ya no tiene nubes bajitas ni muchas nubes altas sino algunos buenos vientos intermitentes capaces de tronchar la corriente tormentosa del río donde caen los árboles derribados por sus torbellinos. Es una lástima pensar en lo bonito e interesante que sería caminar por ahí adentro con todas estas hojas secándose agrupadas en pequeños montones amontonados aquí y allá tropezando un rato con las ramazones entrecruzadas hasta toparse con otro montón y encontrarnos cara a cara con esencia para hacer un incienso para perfumar la soledad.
Es tan solo el viejo mono errante buscando su rincón más frondoso donde esconderse sin ver demasiado tiempo su propia imagen reflejada en los charcos; pero alguien lo ve, alguien le mira y lo llama y el viejo mono de fuego se acerca, se sienta, escucha otro monólogo interminable de quejas y lamentos porque ya no hay más tiempo para esperar a la primavera, porque ya no hay más tiempo para llorar. Y el viejo mono errante está ahí parado en medio del campo viendo cómo las hojas caen todas al mismo tiempo como si un solo ritmo les hubiese marcado comenzando con un único movimiento.
La luz que cortaba los horizontes hace ratos ya se ha ido quedando atrás perdida entre las nubes bajitas donde el sol tiene algunas dudas antes de desaparecer tragándose su propia humareda lejana. El frío juega con las sombras creando figuras extrañamente divertidas sobre el suelo blanquecino; parece que son siluetas gigantes delgadas arrugadas a los lados, cruzadas con largos rulos todos moviéndose en direcciones opuestas hasta soltar destellitos aquí y allá comunicados entre sí con salpicadas gestualidades.
La obscuridad va ganando terreno y los destellos se apagan, tan solo quedan las sombras extrañamente divertidas que el frío juega con las sombras creando figuras extrañamente divertidas sobre el suelo blanquecino. El viejo mono errante suspira mirando hacia arriba y entreabriendo sus ojos para que no le moleste la luz de la luna de invierno que está rompiendo a gran fuerza enseguida por encima del horizonte. Se sienta ahí parado escuchando cómo parece haber un inmenso corazón retumbando justamente detrás del cielo; más allá, más allá… En algún punto donde no terminaba de verlo todo bien claro.
Es tan solo el viejo mono de fuego que camina hamacándose por la cima de las imaginarias cañas de bambú. No paguen más por este mono errante, y ermitaño de los huecos de las nubes bajitas, tan rasantes que de niebla se visten para que fantasmales imágenes bailen deformándose sin siquiera dar unos pasos.